El día que se asumió
como cínico decidió hacerse un tatuaje. No había llegado a semejante conclusión
sino después de un arduo proceso de reflexión que lo había sumido en una
sensación de tranquilidad y vacío. Sin lugar a dudas se sabía bueno, fiel a sus
principios e incluso cuando podía ayudaba a otras personas si eso no implicaba
comprometerse demasiado. Pero hasta hacía poco tiempo, todo aquello era vivido
con una suerte de culpa. Muchas veces se sentía en ventaja frente a sus pares
lo que le generaba mucha angustia (sincera angustia, no tenemos por qué no
creer en ella) la que resolvía con fuertes dosis de idealismo. Hasta hacía unos
meses aún sentía que se podía cambiar el mundo por lo tanto hacía suya la causa
de todas las minorías. Por empezar se indignaba mucho cada vez que alguien se
expresaba contra la forma de vida de “los pobres”. Se ponía histérico si
alguien les decía vagos, ignorantes o insinuaban que estaban así “porque les
gustaba”. Por otra parte se enojaba mucho cuando alguien discriminaba a otras
personas por su orientación sexual. Él se había hecho amigo de lesbianas y
homosexuales, y hasta había salidos a lugares donde las travestis tenían sexo
detrás de unos grandes cortinados y no le había parecido raro. Por último
estaba en contra del maltrato y la denigración a la que eran sometidas las
mujeres día a día. La violencia de género era uno de los grandes males de la
sociedad de fin de siglo, y si alguien osaba denostar delante de él la honra de
cualquier mujer, era el primero en poner el grito en el cielo. Por supuesto que
además creía en la integración latinoamericana, no creía en la iglesia pero sí
en la religión y al momento de las elecciones siempre votaba al partido que le
parecía más progresista. Pero todo este recuento no nos explica su recientemente
asumido cinismo. O sí, en la medida que fue el descubrimiento del vacío detrás
de todo este idealismo lo que le provocó la desilusión definitiva. Fue un
viernes a la tarde cuando se juntó con sus amigos a tomar cerveza después de la
oficina. Eran momentos bastante álgidos para entrar en polémicas ya que la
situación estaba bastante polarizada y todos sentían que debían posicionarse de
un lado o de otro. Él sentía que estaba del lado que tenía que estar pero el
malestar vino cuando se dio cuenta (en un momento casi epifánico) que ese lugar
no existía en la realidad. Tanto él como sus congéneres amaban una imagen del
pobre, del desposeído, del disminuido, del golpeado, del discriminado, del
maltratado que no coincidía con la real. Y más importante aún, excepto por
discutir con quienes no pensaban como ellos o postear algunos comentarios en
facebook o twitter nadie estaba dispuesto a sacrificar su materialidad en
nombre de nada. Convencido de que el “idealismo lingüístico” ya no funcionaba
para él, esa noche bebió de más para olvidar la vida en sociedad y terminó
haciendo un desastre en el baño del bar.
Al otro día y en plena
resaca (luego de repasar sus pasajes favoritos de El extranjero) llamó a su amigo Juan que trabaja desde hacía tiempo
con un tatuador y le pidió que le sacara un turno. Le apartaron un lugar para ese
mismo día a las 20.30 hs. Eran las 20 cuando se lo confirmaron, podría ir yendo
y en el camino pensar que iba a dibujar sobre su cuerpo. No sabía si por
influencia de Mersault o qué, pero le hubiese dado lo mismo una frase de Cohelo
en el brazo, un sol en el omóplato o el nombre de su madre en el pecho, del
lado izquierdo, el del corazón. Su subió el cuello de su campera mientras
pensaba en que estaba dando un gran paso en su vida. Un tatuaje en definitiva
era algo con lo que tendría que cargar siempre y aún así no se sentía nervioso.
Sabía que podía dolerle, sabía que muchos amigos ya se habían tatuado y ninguno
se había arrepentido. Se preguntó seriamente si no estaba haciendo una
estupidez, pero se tranquilizo pensando que en realidad no tenía grandes
motivos para no hacerlo y que en definitiva todo aquel asunto del tatuaje le
daba exactamente lo mismo.
Llegando a la calle
donde se encontraba el estudio donde iba a tatuarse el movimiento de gente se
hizo mucho más fluido. Le llamó mucho la atención como las personas se amontonaban
y conversaban de forma misteriosa, todos mirando hacia un mismo lugar. Creyó a
lo lejos oír la sirena de un patrullero. La sorpresa fue grande cuando doblando
la esquina se dio cuenta de que la sirena no era producto de su imaginación si
no que se encontraba estacionada en la puerta del local del tatuador y que todo
el alboroto vecinal era porque algo había pasado ahí adentro. Se apuró hasta
llegar a unos metros de la entrada, hasta donde las cintas que impedían el paso
se lo permitían. Vio a Juan sentado en el piso muy pálido y tomando una bebida
energizante. Al parecer se recuperaba de un desmayo. Él le hizo señas y Juan se
puso de pie como pudo, se acercó y lo abrazó fuerte sin decir nada. Después del
tiempo que le tomó recuperarse Juan finalmente habló:
-Un tipo le clavó a
Iván el aparato con el que lo tatuaba en un ojo. Se lo llevaron al hospital.
Eso definitivamente no
se lo esperaba venir. Acomodó un poco sus ideas, alejó a Juan de sí, lo miró
bien y lo notó muy transpirado y con la ropa manchada de sangre. Miró a su
alrededor, la gente continuaba apiñándose cerca del local e intentaban saber de
qué se trataba todo aquello. A él comenzó a dolerle el estómago. Interrogó a
Juan sobre lo sucedido. Y él le contó: “Habían terminado los turnos de la tarde
y te estábamos esperando a vos. Íbamos a tomar unos mates y entra este tipo con
una remera de “La Cámpora”. Te imaginarás nuestra cara cuando lo vimos entrar.
Iván casi lo echa, pero como está ahorrando guita porque, vos sabés, Iván se
quiere ir a la mierda. Ya no da más en este país no se puede vivir. Vos sabés
que él es apolítico, como vos, como yo, pero tiene razón. El sábado se fue a la
Plata de paseo y me contaba el flaco la cantidad de villas que se están
poniendo ahí, al toque de la autopista. Esas cosas te dan miedo loco, no se
puede así. Y para colmo hoy a la mañana un tipo se cagó en la puerta del local.
¡Sabés lo que es limpiar mierda humana! Esto se va a la mierda en cualquier
momento, no puede ser.”
Miró a Juan con cara de
“andá al grano” y este continuó: “Bueno, la cuestión es que el flaco estaba
decidido, quería escribirse una frase en el antebrazo. Como Iván eso lo hace al
toque le dijo que sí. El problema fue cuando le dijo lo que quería escribirse:
“LA FUERZA DE ÉL”. Ahí sí que a Iván se le transformó la cara. Me miró a mí,
pero yo tuve que rajar para reírme a otro lado. Sin embargo escuché desde la
recepción lo que hablaron. Iván empezó a bardearlo con cosas del tipo ‘¿Así que
vos sos fanático K?’ el flaco le contestó bien ‘Yo soy militante del Proyecto
Nacional y Popular’ pero Iván viste que se ceba, en seguida se ceba. Y empezó
con que él era apolítico, porque es verdad, como vos, como yo. Nosotros
queremos vivir en paz y así no se puede. No hay libertad de expresión en este
país, está lleno de pendejas que se embarazan para cobrar un plan y uno que se
mata trabajando no se puede ir de vacaciones a Alemania. ¿Vos sabés que ese es
el sueño de Iván? y ahora ni en pedo va a poder irse”.
Volvió a mirar a Juan
con cara de que le importaba una mierda el trasfondo sociopolítico de la
situación. Lo que quería saber era como el tipo había dejado tuerto al
tatuador. “Bueno no sé en que momento pero empezaron a subir la voz. Iván le
decía estas cosas que yo te digo a vos, todas estas cosas que nos duelen
boludo, porque posta nos duelen en el alma ver el país así, pero el flaco
parecía no querer discutir con Iván que la seguía y la seguía. Claro, lo que
pasa es que tanto le rompió las pelotas al otro, que al final el fanático k
reaccionó y le dijo ‘Mirá flaco la verdad es que pensamos distinto, yo sólo me
vengo a tatuar nada más, no tengo ganas de discutir” Eso lo puso peor a Iván
porque él es apolítico, como vos, como yo, pero eso él se lo tomó como que lo
estaba boludeando. Bah, andá a saber. La cuestión es que se sacó mal y le
empezó a decir, palabras más palabras menos lo que pensamos todos: que esta yegua
hija de puta va a fundir al país, que esto está como Cuba o Venezuela. Ahí yo
me empecé a preocupar, entonces entré al estudio e Iván le estaba más o menos
escupiendo la cara al flaco con todas estas verdades. Yo lo entiendo porque es
indignante. Entonces el fanático K le sacó el coso de mierda ese de la mano, lo
midió un poco y se lo enterró hasta por la mitad en el ojo. Así como si nada.
Yo me quedé duró. Y el flaco me miró, pasó al lado mío y salió. Todavía lo
están buscando. Lo demás fue atender al otro pobre que le habían arrancado el
ojo, no sabés los gritos que daba”.
Cuando Juan terminó el
relato, lo único que atinó a decirle fue: “La verdad es que el tipo era un
trastornado” y él le contestó: “Un trastornado no, un fanático político”. Juan
comenzó a parecerle un perfecto pelotudo con su paranoia y sus lecturas
políticas. Se dio media vuelta y lo dejó solo. Volvió a subirse el cuello de la
campera ya que había comenzado a hacer frío. En el camino a su casa pensó en
seguir tomando a pesar de la resaca. Sabía que iba a dolerle el estómago más
tarde, pero en ese momento y después de todo no podía pensar en otra cosa.