domingo, 30 de septiembre de 2012

EL TATUADOR


El día que se asumió como cínico decidió hacerse un tatuaje. No había llegado a semejante conclusión sino después de un arduo proceso de reflexión que lo había sumido en una sensación de tranquilidad y vacío. Sin lugar a dudas se sabía bueno, fiel a sus principios e incluso cuando podía ayudaba a otras personas si eso no implicaba comprometerse demasiado. Pero hasta hacía poco tiempo, todo aquello era vivido con una suerte de culpa. Muchas veces se sentía en ventaja frente a sus pares lo que le generaba mucha angustia (sincera angustia, no tenemos por qué no creer en ella) la que resolvía con fuertes dosis de idealismo. Hasta hacía unos meses aún sentía que se podía cambiar el mundo por lo tanto hacía suya la causa de todas las minorías. Por empezar se indignaba mucho cada vez que alguien se expresaba contra la forma de vida de “los pobres”. Se ponía histérico si alguien les decía vagos, ignorantes o insinuaban que estaban así “porque les gustaba”. Por otra parte se enojaba mucho cuando alguien discriminaba a otras personas por su orientación sexual. Él se había hecho amigo de lesbianas y homosexuales, y hasta había salidos a lugares donde las travestis tenían sexo detrás de unos grandes cortinados y no le había parecido raro. Por último estaba en contra del maltrato y la denigración a la que eran sometidas las mujeres día a día. La violencia de género era uno de los grandes males de la sociedad de fin de siglo, y si alguien osaba denostar delante de él la honra de cualquier mujer, era el primero en poner el grito en el cielo. Por supuesto que además creía en la integración latinoamericana, no creía en la iglesia pero sí en la religión y al momento de las elecciones siempre votaba al partido que le parecía más progresista. Pero todo este recuento no nos explica su recientemente asumido cinismo. O sí, en la medida que fue el descubrimiento del vacío detrás de todo este idealismo lo que le provocó la desilusión definitiva. Fue un viernes a la tarde cuando se juntó con sus amigos a tomar cerveza después de la oficina. Eran momentos bastante álgidos para entrar en polémicas ya que la situación estaba bastante polarizada y todos sentían que debían posicionarse de un lado o de otro. Él sentía que estaba del lado que tenía que estar pero el malestar vino cuando se dio cuenta (en un momento casi epifánico) que ese lugar no existía en la realidad. Tanto él como sus congéneres amaban una imagen del pobre, del desposeído, del disminuido, del golpeado, del discriminado, del maltratado que no coincidía con la real. Y más importante aún, excepto por discutir con quienes no pensaban como ellos o postear algunos comentarios en facebook o twitter nadie estaba dispuesto a sacrificar su materialidad en nombre de nada. Convencido de que el “idealismo lingüístico” ya no funcionaba para él, esa noche bebió de más para olvidar la vida en sociedad y terminó haciendo un desastre en el baño del bar.
Al otro día y en plena resaca (luego de repasar sus pasajes favoritos de El extranjero) llamó a su amigo Juan que trabaja desde hacía tiempo con un tatuador y le pidió que le sacara un turno. Le apartaron un lugar para ese mismo día a las 20.30 hs. Eran las 20 cuando se lo confirmaron, podría ir yendo y en el camino pensar que iba a dibujar sobre su cuerpo. No sabía si por influencia de Mersault o qué, pero le hubiese dado lo mismo una frase de Cohelo en el brazo, un sol en el omóplato o el nombre de su madre en el pecho, del lado izquierdo, el del corazón. Su subió el cuello de su campera mientras pensaba en que estaba dando un gran paso en su vida. Un tatuaje en definitiva era algo con lo que tendría que cargar siempre y aún así no se sentía nervioso. Sabía que podía dolerle, sabía que muchos amigos ya se habían tatuado y ninguno se había arrepentido. Se preguntó seriamente si no estaba haciendo una estupidez, pero se tranquilizo pensando que en realidad no tenía grandes motivos para no hacerlo y que en definitiva todo aquel asunto del tatuaje le daba exactamente lo mismo.
Llegando a la calle donde se encontraba el estudio donde iba a tatuarse el movimiento de gente se hizo mucho más fluido. Le llamó mucho la atención como las personas se amontonaban y conversaban de forma misteriosa, todos mirando hacia un mismo lugar. Creyó a lo lejos oír la sirena de un patrullero. La sorpresa fue grande cuando doblando la esquina se dio cuenta de que la sirena no era producto de su imaginación si no que se encontraba estacionada en la puerta del local del tatuador y que todo el alboroto vecinal era porque algo había pasado ahí adentro. Se apuró hasta llegar a unos metros de la entrada, hasta donde las cintas que impedían el paso se lo permitían. Vio a Juan sentado en el piso muy pálido y tomando una bebida energizante. Al parecer se recuperaba de un desmayo. Él le hizo señas y Juan se puso de pie como pudo, se acercó y lo abrazó fuerte sin decir nada. Después del tiempo que le tomó recuperarse Juan finalmente habló:
-Un tipo le clavó a Iván el aparato con el que lo tatuaba en un ojo. Se lo llevaron al hospital.
Eso definitivamente no se lo esperaba venir. Acomodó un poco sus ideas, alejó a Juan de sí, lo miró bien y lo notó muy transpirado y con la ropa manchada de sangre. Miró a su alrededor, la gente continuaba apiñándose cerca del local e intentaban saber de qué se trataba todo aquello. A él comenzó a dolerle el estómago. Interrogó a Juan sobre lo sucedido. Y él le contó: “Habían terminado los turnos de la tarde y te estábamos esperando a vos. Íbamos a tomar unos mates y entra este tipo con una remera de “La Cámpora”. Te imaginarás nuestra cara cuando lo vimos entrar. Iván casi lo echa, pero como está ahorrando guita porque, vos sabés, Iván se quiere ir a la mierda. Ya no da más en este país no se puede vivir. Vos sabés que él es apolítico, como vos, como yo, pero tiene razón. El sábado se fue a la Plata de paseo y me contaba el flaco la cantidad de villas que se están poniendo ahí, al toque de la autopista. Esas cosas te dan miedo loco, no se puede así. Y para colmo hoy a la mañana un tipo se cagó en la puerta del local. ¡Sabés lo que es limpiar mierda humana! Esto se va a la mierda en cualquier momento, no puede ser.”
Miró a Juan con cara de “andá al grano” y este continuó: “Bueno, la cuestión es que el flaco estaba decidido, quería escribirse una frase en el antebrazo. Como Iván eso lo hace al toque le dijo que sí. El problema fue cuando le dijo lo que quería escribirse: “LA FUERZA DE ÉL”. Ahí sí que a Iván se le transformó la cara. Me miró a mí, pero yo tuve que rajar para reírme a otro lado. Sin embargo escuché desde la recepción lo que hablaron. Iván empezó a bardearlo con cosas del tipo ‘¿Así que vos sos fanático K?’ el flaco le contestó bien ‘Yo soy militante del Proyecto Nacional y Popular’ pero Iván viste que se ceba, en seguida se ceba. Y empezó con que él era apolítico, porque es verdad, como vos, como yo. Nosotros queremos vivir en paz y así no se puede. No hay libertad de expresión en este país, está lleno de pendejas que se embarazan para cobrar un plan y uno que se mata trabajando no se puede ir de vacaciones a Alemania. ¿Vos sabés que ese es el sueño de Iván? y ahora ni en pedo va a poder irse”.
Volvió a mirar a Juan con cara de que le importaba una mierda el trasfondo sociopolítico de la situación. Lo que quería saber era como el tipo había dejado tuerto al tatuador. “Bueno no sé en que momento pero empezaron a subir la voz. Iván le decía estas cosas que yo te digo a vos, todas estas cosas que nos duelen boludo, porque posta nos duelen en el alma ver el país así, pero el flaco parecía no querer discutir con Iván que la seguía y la seguía. Claro, lo que pasa es que tanto le rompió las pelotas al otro, que al final el fanático k reaccionó y le dijo ‘Mirá flaco la verdad es que pensamos distinto, yo sólo me vengo a tatuar nada más, no tengo ganas de discutir” Eso lo puso peor a Iván porque él es apolítico, como vos, como yo, pero eso él se lo tomó como que lo estaba boludeando. Bah, andá a saber. La cuestión es que se sacó mal y le empezó a decir, palabras más palabras menos lo que pensamos todos: que esta yegua hija de puta va a fundir al país, que esto está como Cuba o Venezuela. Ahí yo me empecé a preocupar, entonces entré al estudio e Iván le estaba más o menos escupiendo la cara al flaco con todas estas verdades. Yo lo entiendo porque es indignante. Entonces el fanático K le sacó el coso de mierda ese de la mano, lo midió un poco y se lo enterró hasta por la mitad en el ojo. Así como si nada. Yo me quedé duró. Y el flaco me miró, pasó al lado mío y salió. Todavía lo están buscando. Lo demás fue atender al otro pobre que le habían arrancado el ojo, no sabés los gritos que daba”.
Cuando Juan terminó el relato, lo único que atinó a decirle fue: “La verdad es que el tipo era un trastornado” y él le contestó: “Un trastornado no, un fanático político”. Juan comenzó a parecerle un perfecto pelotudo con su paranoia y sus lecturas políticas. Se dio media vuelta y lo dejó solo. Volvió a subirse el cuello de la campera ya que había comenzado a hacer frío. En el camino a su casa pensó en seguir tomando a pesar de la resaca. Sabía que iba a dolerle el estómago más tarde, pero en ese momento y después de todo no podía pensar en otra cosa. 

domingo, 7 de agosto de 2011

¿Qué es escribir?

Con motivo de la lectura de un blog X en el que su autor despedazaba a un ex que lo había abandonado (esgrimiendo los argumentos más bajos y patéticos que se puedan imaginar) me he vuelto a preguntar por vez número mil en mi vida “¿Qué es escribir?” Hace años vengo haciéndome la misma pregunta y creo que si hasta el momento no me tomé el trabajo de contestármela fue por una mezcla de miedos y prejuicios que por supuesto no me sacaré de encima hoy, pero que hasta el momento me sirvieron de excusa para no escribir. Hoy las excusas quedarán expuestas para gracia de algunos y vergüenza de otros.
Como nunca fui una luz, y para terminar de una vez por todas con el mito de la originalidad que me ofusca cada vez que me siento frente a una hoja en blanco, voy a plagiar y a parodiar directamente a un libro viejo, anticuado y obvio con el fin de dar un intento de respuesta a la pregunta que funciona como excusa para este post. A ver que sale.

“¿Qué es escribir?”
Un llamamiento. Escribimos para alguien, y aunque sea el caso de un diario íntimo, siempre estamos pensando en un auditorio que quizá en algún momento pose sus ojos y atención sobre aquello que estamos volcando sobre el papel. El petizo misterioso del práctico de la facultad, el ex al que se le paraba mal, los abogados y contadores con problemas existenciales burgueses. Todos auditorios. Escribir es también terapéutico. Escribimos para exorcizar astillas clavadas que no salen ni escarbando con agujas un largo rato. Cuando nos acordamos después de un tiempo lo que deberíamos haber dicho cuando las palabras nos abandonaron, cuando nuestro interlocutor acabó abruptamente con nuestra posibilidad de seguir insultándolo, ahí escribimos. Escribimos y sanamos. Pienso en las posibilidades políticas de una escritura, pienso en que alguien pueda decirme “escribiendo se hace política” y acá repito algo que dije en un taller de escritura (y me valió el mote de “ortodoxo”) y repito algo que le dije a mi terapeuta (y que me valió el mote de poco tolerante). A ellos les dije: “Política se hace en la calle, no escribiendo”. Lo afirmo y lo sostengo. No me interesa entrar en esa polémica ahora.  

“¿Por qué escribir?”
¿Onanismo?, ¿aburrimiento?, ¿narcisismo? El ostracismo queda anulado por la existencia de los originalísimos “jam de escritura” en los que participan excelsos Escritores. Escribimos primero porque es gratis. Si pudiésemos juntar un poco de guita nos vamos de viaje y no escribimos nada. O escribimos cuando volvemos, pero sabemos que ese género dejó de interesar hace mucho. En segundo lugar escribimos porque creemos que tenemos algo para decir que merece la pena ser dicho. Si fuésemos bellos, ricos y poco neuróticos no escribiríamos, haríamos cosas más productivas. Escribir sube la autoestima. Es el acto de autoayuda de los que no leemos autoayuda. Y en tercer lugar escribimos porque ese ejercicio demanda poco esfuerzo. Hablamos del esfuerzo “importante” que es el material. El intelectual no es esfuerzo “de verdad” y al que se le fue la vida con su escritura fue porque en realidad era borracho (Saenz), puto (Proust), o zurdo (no me animo a nombrar a ninguno).

“¿Para quién se escribe?”
Amigos. Personas a las que no es necesario decodificarles el chiste. Esos que saben qué hay atrás de la elipsis y porque es necesario elidir en ciertas ocasiones. Si después nos leen otros mucho mejor. Tendemos puentes, establecemos lazos y formamos una comunidad. Escribimos para gente con buenas intenciones que puedan hacernos crecer con una crítica constructiva y también escribimos para pelear con aquellos que no nos registran, que no nos entienden o que piensan que escribir es una mierda. En definitiva, escribimos para todo aquel que decida tomarse el tiempo de leernos, porque para nosotros escribir es acabar después de masturbarnos por un largo rato pero rodeado de libros de Sartre, Arguedas y Pessoa, y con “Blowin’ in the wind” de fondo.

Situación del escritor en 2011
Todo aquel que se abra un blog o vaya a una imprenta a encuadernar sus poemas para venderlos en el tren es un escritor. Leemos poco a los contemporáneos, sean los oficiales o  los comerciales. A algunos por prejuicio (o no tanto, sino que alguien me diga quién tomaría con buena predisposición en sus manos un libro que se llame “Historia del pelo” sobre todo si se busca en una librería y está más de cincuenta mangos) a otros por fiaca, a otros simplemente porque no los conocemos. Si el contemporáneo es un amigo estamos jodidos, porque ahí perdemos la distancia crítica necesaria para apreciar el hecho estético que sobrepasa la anécdota. Que no nos confunda el término “hecho estético” que no remite a ningún snobismo, sino a ese “plus” que tiene toda escritura que nos emociona haciéndonos olvidar que cercenamos nuestras emociones una vez que entramos en puán. Del mismo modo que no creemos en los “poderes políticos” de la escritura, tampoco creemos que un escritor tenga alguna función social. A menos que sea un clásico, pero los clásicos están muertos y provocan rechazo por impolutos. Entre contemporáneos no hay clásicos.
Así que a escribir sin miedo que es gratis, hace bien y no demanda mucho esfuerzo. O también a comprar cualquier producto de venta directa que nos prometa los mismos resultados.