domingo, 7 de agosto de 2011

¿Qué es escribir?

Con motivo de la lectura de un blog X en el que su autor despedazaba a un ex que lo había abandonado (esgrimiendo los argumentos más bajos y patéticos que se puedan imaginar) me he vuelto a preguntar por vez número mil en mi vida “¿Qué es escribir?” Hace años vengo haciéndome la misma pregunta y creo que si hasta el momento no me tomé el trabajo de contestármela fue por una mezcla de miedos y prejuicios que por supuesto no me sacaré de encima hoy, pero que hasta el momento me sirvieron de excusa para no escribir. Hoy las excusas quedarán expuestas para gracia de algunos y vergüenza de otros.
Como nunca fui una luz, y para terminar de una vez por todas con el mito de la originalidad que me ofusca cada vez que me siento frente a una hoja en blanco, voy a plagiar y a parodiar directamente a un libro viejo, anticuado y obvio con el fin de dar un intento de respuesta a la pregunta que funciona como excusa para este post. A ver que sale.

“¿Qué es escribir?”
Un llamamiento. Escribimos para alguien, y aunque sea el caso de un diario íntimo, siempre estamos pensando en un auditorio que quizá en algún momento pose sus ojos y atención sobre aquello que estamos volcando sobre el papel. El petizo misterioso del práctico de la facultad, el ex al que se le paraba mal, los abogados y contadores con problemas existenciales burgueses. Todos auditorios. Escribir es también terapéutico. Escribimos para exorcizar astillas clavadas que no salen ni escarbando con agujas un largo rato. Cuando nos acordamos después de un tiempo lo que deberíamos haber dicho cuando las palabras nos abandonaron, cuando nuestro interlocutor acabó abruptamente con nuestra posibilidad de seguir insultándolo, ahí escribimos. Escribimos y sanamos. Pienso en las posibilidades políticas de una escritura, pienso en que alguien pueda decirme “escribiendo se hace política” y acá repito algo que dije en un taller de escritura (y me valió el mote de “ortodoxo”) y repito algo que le dije a mi terapeuta (y que me valió el mote de poco tolerante). A ellos les dije: “Política se hace en la calle, no escribiendo”. Lo afirmo y lo sostengo. No me interesa entrar en esa polémica ahora.  

“¿Por qué escribir?”
¿Onanismo?, ¿aburrimiento?, ¿narcisismo? El ostracismo queda anulado por la existencia de los originalísimos “jam de escritura” en los que participan excelsos Escritores. Escribimos primero porque es gratis. Si pudiésemos juntar un poco de guita nos vamos de viaje y no escribimos nada. O escribimos cuando volvemos, pero sabemos que ese género dejó de interesar hace mucho. En segundo lugar escribimos porque creemos que tenemos algo para decir que merece la pena ser dicho. Si fuésemos bellos, ricos y poco neuróticos no escribiríamos, haríamos cosas más productivas. Escribir sube la autoestima. Es el acto de autoayuda de los que no leemos autoayuda. Y en tercer lugar escribimos porque ese ejercicio demanda poco esfuerzo. Hablamos del esfuerzo “importante” que es el material. El intelectual no es esfuerzo “de verdad” y al que se le fue la vida con su escritura fue porque en realidad era borracho (Saenz), puto (Proust), o zurdo (no me animo a nombrar a ninguno).

“¿Para quién se escribe?”
Amigos. Personas a las que no es necesario decodificarles el chiste. Esos que saben qué hay atrás de la elipsis y porque es necesario elidir en ciertas ocasiones. Si después nos leen otros mucho mejor. Tendemos puentes, establecemos lazos y formamos una comunidad. Escribimos para gente con buenas intenciones que puedan hacernos crecer con una crítica constructiva y también escribimos para pelear con aquellos que no nos registran, que no nos entienden o que piensan que escribir es una mierda. En definitiva, escribimos para todo aquel que decida tomarse el tiempo de leernos, porque para nosotros escribir es acabar después de masturbarnos por un largo rato pero rodeado de libros de Sartre, Arguedas y Pessoa, y con “Blowin’ in the wind” de fondo.

Situación del escritor en 2011
Todo aquel que se abra un blog o vaya a una imprenta a encuadernar sus poemas para venderlos en el tren es un escritor. Leemos poco a los contemporáneos, sean los oficiales o  los comerciales. A algunos por prejuicio (o no tanto, sino que alguien me diga quién tomaría con buena predisposición en sus manos un libro que se llame “Historia del pelo” sobre todo si se busca en una librería y está más de cincuenta mangos) a otros por fiaca, a otros simplemente porque no los conocemos. Si el contemporáneo es un amigo estamos jodidos, porque ahí perdemos la distancia crítica necesaria para apreciar el hecho estético que sobrepasa la anécdota. Que no nos confunda el término “hecho estético” que no remite a ningún snobismo, sino a ese “plus” que tiene toda escritura que nos emociona haciéndonos olvidar que cercenamos nuestras emociones una vez que entramos en puán. Del mismo modo que no creemos en los “poderes políticos” de la escritura, tampoco creemos que un escritor tenga alguna función social. A menos que sea un clásico, pero los clásicos están muertos y provocan rechazo por impolutos. Entre contemporáneos no hay clásicos.
Así que a escribir sin miedo que es gratis, hace bien y no demanda mucho esfuerzo. O también a comprar cualquier producto de venta directa que nos prometa los mismos resultados.